Hoy leía -debo admitir que con muchísimo interés y alegría desbordante- un artículo de Eduardo Varas: " Cotideanidad creadora, mercado y guayacos noveleros", y he quedado gratamente impresionado con la apreciación hecha por Eduardo, con la cual subscribo plenamente, pese a no haber tenido antes el coraje de escribir algo así, por razones que no voy a explicar.
Desde hace mucho he tenido la misma serie de impresiones; vivimos en una ciudad en donde el culto al arte no existe (pero tampoco el culteranismo, gracias al buen DIOS) y en donde no es fácil encontrar expresiones artísticas abundantes, porque básicamente nosotros los guayaquileños nos hemos dejado embelesar por una parte de a cultura "light" que nos impone la caja boba.
Pero, así como Eduardo, también había llegado a la misma conclusión: es más fácil apreciar lo bello y lo estéticamente revolucionario justamente en medio de la aparente nada cultural del puerto principal. Creo que entiendo su moción (corrígeme si me equivoco) y la comparto. En una ciudad en la que se dice que se aprecia el arte, quizá el exceso embote los sentidos primarios del intelecto y termine por hacer confundir las perlas con las piedras comunes.
Hay algo que quisiera añadir, y de hecho lo hago a continuación. Tengo la impresión (probablemente incorrecta) de que la genialidad y el talento deben resistir el fuego de la crítica y que el trabajo del taller debe ser conocido (y mercadeado). No creo en los artistas que se dicen geniales, innovadores y de vanguardia, pero que pretenden escoger a aquellos que puedan admirar su trabajo. Quizá no me esté expresando de la manera adecuada - políticamente adecuada - y es probable que a muchos les desagrade lo que manifiesto. Pero es la realidad. Así como es innegable que el escritor o "artista plástico" (me he preguntado muchas veces si ese término es una eufemismo didáctico) que carece de talento inflama las pupilas del público con un trabajo exageradamente publicitado (mecanismos de mercadeo e productos "light" a las órdenes), también es cierto que es inútil crear una obra y no hacer lo necesario para que el público la conozca. Si es buena, aunque se tarde una eternidad el autor, debe hacerla llegar de una u otra manera al mundo que espera. Esto no va en directo contra los artistas que desdeñan de su público, para ellos no hay peor castigo que su autoimpuesta ignominia, el cerrar por estupidez voluntaria sus oportunidades, quizá porque en el fondo se sienten inseguros y prefieren formar parte de pequeños "calabozos *culturales" antes que exponerse al fragor de la crítica y la apreciación lumpen-literaria.
* debería decir circulos, pero ello implica un trasfondo de unión íntima entre creadores de estética, que algunos conocemos que existe sólo de la los labios hacia afuera.
Quizá me he desviado demasiado. Lo he hecho. Es sólo que he querido compartir con ustedes estas reflexiones que considero que podrían despertar a conciencia de artista de algunos y quizá enfurecer a otros. En todo caso, felicitaciones a Eduardo por tener el valor de escribir lo que escribe. Corre el riesgo de que aquellos que se sientan aludidos lo puedan acusar: ¡HASTA DE REGIONALISTA! Otros sabemos de que va. Adelante, Eduardo, la narrativa ecuatoriana depende de ustedes -los escritores de hoy- mientras nosotros los que compramos papel y tinta esperamos ansiosamente el escoger una de sus obras en lugar de comprar revista Vistazo.
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