martes, abril 10, 2007

El cuaderno de la razón

Caminando por las calles del viejo París, año 1996

Heme allí, entibiado por el sol matinal de la ciudad de la Luz.  Un día espléndido de verano.  Camino, solo,  pensando, mascullando para mis adentros.  La plazoleta de la Iglesia de Notre-Damme luce igual que hace casi un siglo.  Los artistas de la calle ofrecen sus servicios, como en Guayaquil, pero a la vez todo es muy diferente a mi distante y amada ciudad natal.  Pintores, mimos y uno que otro poeta con rostro enmohecido circula por la zona turística más radiante de la Europa de los diez mil veranos, dándole un aire festivo a esa especie de carnaval franchute que empieza el 14 de julio.

Al salir del avión con destino al Viejo Continente había dejado atrás la familia, la novia, la Patria.  Pero sabía que iba a ser breve, que pronto estaría de regreso.  Y así lo quería.  Y mientras mis pasos me guiaban en dirección de la Plaza Vendome, no podía dejar de admirar el brillo bronceado de las estatuas recientemente bruñidas y el fragor cosmopolita de una ciudad como mil ciudades y a la vez como ninguna.  Y al reflexionar sobre la tierra que pisaba y sus gentes añoraba que así fuera algún día mi terruño.  Grande, abierto, libre.  Poder, cultura y orgullo citadino.  Eso quería para mi pequeña tierra.

Y en esa época mi juventud me impedía ver la realidad.  O creo que el exceso de mis fueros, o la grandilocuencia interna de mis sueños, que en esa edad creí profesías.  Atrás había dejado unos meses atrás un país que se convulsionaba por la fiebre política que desataban los Bucaram.  De lejos, apenas si podía descifrar de manera tenue las noticias de Ecuador.  Se hablaba de convertibilidad.  Se hablaba de apertura económica.  Se habla de dolarización.  Se hablaba de un Presidente latinoamericano de origen libanés.  Se hablaba de muchas cosas, pero se decía tan poco.  Muchos ecuatorianos soñábamos con un mejor mañana, incluso los inmigrantes ilegales se regocijaban con la idea tan anhelada de regresar a la Gran Patria.  La expectativa los consumía.  A mi, en cambio la perspectiva de un gran futuro profesional al servicio de mi país aceleraba mi vigor.  Y cuanto estudiaba.  Mucho me preparaba.

Y regresé.  No sin antes impregnar del viejo mundo mis neuronas y mi alma.  Londres, Bruselas, Amberes, Brujas, Amsterdam, Delft, Calais, Estocolmo, Edinburgo, Luxemburgo, Berlín y otras ciudades más.  Mucho camino, horas en tren, dormir en barco.  Aventura y juventud no son sinónimos, pero se complementan.  Con mucho ahorro logré cruzar las fronteras que ya no existían en ese entonces y conocer parte de lo que Europa brinda alegremente.  Esa especie de socialismo humanizado y gratificante que desdeña del consumismo gringo.  Y la cultura a la libertad individual, como en ninguna otra convergencia espacio-temporal se haya dado antes.  Realmente aprendes porque Europa te enseña.  Y mucho.

Pisé la tierra cálida que me vió nacer y ese día ocurrió algo.  Sin capacidad de recriminarme a mi mismo por haber regresado, porque fue el destino que escogí, desde aquel entonces he visto como la esperanza se ha marchitado y ha dado paso a la lenta agonía que es la supervivencia latencial del corazón ecuatoriano.

Con tristeza he podido observar como se ha despezado la base de la democracia.  Ese logro que tomó tantos años, tantas víctimas y tantos muertos.  En tan solo 11 años nos hemos hecho mierda y nos hemos quedado en la mierda.  Sin pensar en las variables macroecónomicas, solo en el bolsillo frustrado de la clase media, puedo afirmar sin temor, pero sin alegría que nos han robado no sólo los reales para la comida.  También se nos han llevado la capacidad de soñar.  Ya no creemos que existan días mejores y si los hemos vivido ya no podemos recordarlo. 

En 11 años nos hemos sumido en la angustia y la incredulidad ha hecho de nuestra buena fé, lo que le hace un huracán a un paisaje.  Ya no defendemos nuestros derechos, ahora peleamos por mantener un status.  Ya no elegimos al mejor candidato, ahora tratamos de equivocarnos menos eligiendo al mal menor.  Ya no trabajamos para progresar, ahora sobrevivimos en el trabajo porque no hay muchos.  Ya no tenemos visión de futuro, estamos muy preocupados por terminar el día de hoy con vida.  Ya no estamos seguros de nada, de nadie y de ninguna... mariluna, porque la delincuencia nos ha demostrado que los jueces si sirven para algo.  Para asegurar que el ladrón y el asesino circule libre por las calles.  Ya no creemos en la política, pero elegimos cualquier huevada que diga que no es político. 

Y me pregunto: ¿Hasta cuando escribo en mi cuaderno tantos recuerdos y tantas razones?  ¿Porqué no abrimos los ojos y recuperamos lo que en verdad es nuestro?  ¿Cuánta sangre más hay que derramar para empezar a hacer lo que es correcto? 

Quiero escribir en mi cuaderno algo más.  Así como un 8 de octubre de 2006 empezó todo a irse a la mierda, quiero que hoy 10 de abril de 2007 empecemos a cambiar... PARA MEJOR. 

"Si no tomamos la decisión conciente de cambiar hoy, el mañana nos espera con el fusil en su mano".

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